martes, 20 de enero de 2009

Zimbabue, la devastación económica de un pais en tiempos de paz.

La tasa anual de inflación en Zimbabue alcanzó el nivel récord de 231 millones por ciento en julio, frente al 11,2 millones por ciento de junio, informó este jueves el diario estatal The Herald citando estadísticas oficiales.

Para intentar frenar el aumento de los precios, las autoridades han multiplicado en vano las medidas económicas, entre ellas la devaluación de la moneda

No se trata sólo de la inflación: el PIB per cápita es ahora el 10% de lo que era en 2000 (54 dólares anuales frente a 518), el paro supera el 80%, no hay transporte público, ni apenas gasolina, ni casi nada que comprar. La esperanza de vida ha pasado en tres décadas de 60 a 35 años. El descalabro del país surafricano, antaño uno de los más ricos de África, es tan dramático que parece que el país salga de una gran guerra o de un terremoto devastador. Nada de esto ha sucedido. La clave está en una esquina de la Bolsa, aunque medio escondida: es el retrato de un hombre mayor, con gafas y cara de enojo. Se llama Robert Mugabe, tiene 84 años y en 1979 liberó a un país llamado Rodesia del apartheid. Pero la delirante política económica, sobre todo a partir de 2000, ha llevado a su país a una situación surrealista.


Zimbabue era conocida como la joya de África: paisajes de ensueño por el que deberían pelearse los turoperadores -las cataratas Victoria, parques naturales espectaculares...-, tierras fértiles -antes era uno de los principales graneros del continente-, población instruida y recursos naturales de lujo: oro, níquel, platino, paladio, acero... El potencial es tan alto que grandes potencias como China y el Reino Unido pugnan para estar bien colocadas para el día después: para cuando el padre de la patria abandone la escena y se abran las ventanas.
China trata de consolidar su posición a través de las estructuras actuales, aportando oxígeno al régimen moribundo y colocarse así en la pole position.


El Gobierno inició el camino hacia el precipicio en 2000, con una mal llamada reforma agraria que supuso la expropiación de las 4.300 fincas que controlaban los granjeros blancos y el reparto del botín entre la camarilla que rodea el dictador, sin la menor inquietud por trabajar las tierras. El resultado fue catastrófico: la producción cayó en picado -el maíz y el tabaco, en casi dos tercios- y el 70% de los jornaleros fueron despedidos. En compensación, el Gobierno empezó a imprimir moneda desaforadamente. Las arcas están ahora vacías y los millones se reparten por todo el país, pero no tienen ningún valor. La gente ha dejado de ir a trabajar porque la espiral de la hiperinflación no le compensa: le cuesta mucho más caro el pasaje del transporte público que el salario. Todo está paralizado.

Las elecciones del pasado 29 de marzo parecían la salida del túnel: el candidato de la oposición, Morgan Tsvangirai, ganó en unas elecciones semilibres, aunque oficialmente no logró el 50% necesario para ser elegido sin necesidad de segunda vuelta. En realidad, supuso el deterioro aún mayor de la vida cotidiana: la represión ha aumentado hasta el punto de provocar la retirada de Tsvangirai -detenido continuamente durante la campaña- y la máquina de imprimir dinero ha aumentado a un ritmo que parecía ya imposible de superar. El cambio del dólar zimbabuense con el estadounidense refleja la velocidad de vértigo: en febrero se cambiaba a 40 millones en el mercado negro.

Ahora, sólo tres meses después, por cada billete verde pueden obtenerse 16.000 millones de dólares zimbabuenses. Ni en el Monopoly los aceptarían

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